El mercado editorial para las mujeres del siglo XVIII contaba con una serie de dificultades que promovían un reconocimiento difícil. Sus normas estaban en estrecha relación con las derivas sociales de la época. Descubre los obstáculos que tenían y como se podían hacer un hueco en el mundo editorial. 

La distinción de lo privado y lo público

Para entender las reglas que controlaban las publicaciones literarias de la época es necesario entender la distinción entre la vida privada y pública. Así como los roles que se reservaban para mujeres y hombres.

En el caso de las mujeres, se las consideraba responsables del ámbito privado, de la familia, la sensibilidad y la moral. Bajo su mando, se amparaban las labores domésticas y aquellas ligadas a la vida conyugal. Poniendo en su mano la tarea de crear un ambiente reconfortante, digno y virtuoso. Aquel donde el varón pudiera encontrar sosiego de las exigencias que se le atribuían en el ámbito público.

A estos estereotipos, se añadía el auge de las ideas ilustradas, donde la razón y la ciencia tomaban cada vez mayor protagonismo. Mientras, escritura y lectura, se convierten en noble labor de las mentes selectas y medio de difusión de las ideas. Incluso dentro de la casa, se empezó a diferenciar las estancias, con pequeños salones de lectura y bibliotecas privadas.

La figura del mecenas en el mercado editorial femenino

Desvinculadas del ámbito público, las escritoras del siglo XVIII se beneficiaban de la figura del mecenas. Este representante literario afianzaba el reconocimiento del talento y abría el mercado editorial para las mujeres de la época. Este es el caso de Margarita Hickey, escritora de ascendencia irlandesa crecida en España. Su amistad con Agustín Montiano, permitió su entrada en clubs literarios donde conoció a autores relevantes de su tiempo.

Sin embargo, esto no significa que una mujer no pudiese escribir en ausencia del mecenas. Entre las damas nobles era más que conocida la fama de las reuniones literarias. Y en ellas, las escritoras podían mostrar sus obras siempre que contaran con el beneplácito de su anfitriona. A este respecto, conocidos eran los coloquios de la marquesa de Fuerte Híjar o la duquesa de Benavente.

No obstante, la divulgación y la publicación de libros estaban muy ligadas al ámbito público. Por tanto, críticos, editores e impresores tenían gran peso en la visibilidad y reconocimiento de las escritoras. Ámbitos liderados por eruditos literarios masculinos que tenían una idea del estilo adecuado que debía tener una obra femenina.

El poder creciente de la opinión

Buen presagio para los delatores de este mercado editorial para las mujeres era la tendencia creciente de la opinión. Se empezó a considerar el criterio de los lectores, abriendo horizontes más amplios para las ambiciones literarias. Con el auge de géneros literarios como la novela y la prensa, la escritura se presentaba como una oportunidad. Un camino pedregoso pero transitable para cumplir ambiciones de fama y reconocimiento.

No obstante, habría que esperar años para que esta diferenciación entre hombre y mujer se diluyera lo suficiente. Estamos en una sociedad donde las posibilidades existen, pero no para abarcarlas de manera abrupta. Una república de las letras en ciernes donde era necesario mantener un perfil y tono comedidos.

El doble sentido del mercado editorial para las mujeres

Aunque fuera un escenario donde las mujeres podían debutar en el ámbito público, la literatura tenía un doble sentido. Con la distinción de lugares privados dentro del hogar dedicados a las letras, las mujeres tenían una versátil herramienta.

Como dueñas del hogar, encontraban en la escritura un lugar íntimo, liberador y de esparcimiento personal. Un templo que las alejaba de las exigencias familiares, conservando la virtud y las cualidades puramente femeninas. Donde poder excarcelar sus pensamientos y moldear sus ideas, que tan poca cabida encontraban en el ámbito público. Sobre todo, cuando se expresaban en su estado más auténtico.

Por tanto, era plausible que se dedicaran a la tarea con esmero y que hubiera una cantidad importante de traductoras. Versadas en varios idiomas, la entrada en el mundo editorial para las mujeres empezaba, en muchos casos, por esta disciplina. Gozaban de la oportunidad de pulir sus talentos y de autodenominarse escritoras, pero sin poner en evidencia su propia identidad.

El tono calculador de la modestia

Existe una tendencia bastante general en el tono necesario del mercado editorial para las mujeres, que deseaban mostrar sus obras. Vinculadas a la sensibilidad, la virtud y la castidad, se esperaba de ellas una posición de sumisión y modestia. Un estilo que debía traducirse en sus escritos, para que estos fueran morales y públicamente aceptados.

En caso contrario, la mejor opción era el uso de pseudónimo o el anonimato. Por tanto, las escritoras plasmaban con frecuencia un tono modesto propio de una persona que escribe sin esperar reconocimiento. Exhortadas por el simple placer y relegación que ofrecen las letras.

No se rendían a las exigencias de su época gratuitamente. Se servían de un disfraz de ignorancia y obediencia para superar el filtro de los críticos y conseguir visibilidad. Plasmando sus ideas en sus obras, pero distrayendo la atención de la misma forma que lo haría un trilero.

Las dificultades siempre agudizan el ingenio

Para entender este punto fíjate en el siguiente texto. Observa como la traductora mantiene un tono sumiso, exaltando su ignorancia y defectos. Al mismo tiempo, hace el escrito suyo relatando sus logros anteriores y plasmando sus opiniones.

“El Prefacio, Prólogo, o como se quiera llamar, que puse en la Sara, era indispensable; porque estaba sacado de una obra en que ni ella era la única Novela que había, ni hacia el principal papel; pero teniéndole de la delicadísima pluma de la Autora las Cartas que hoy doy a luz, sería en mí una temeridad imperdonable querer añadir un ápice a las sabias y oportunas reflexiones de aquella mujer insigne. Hable pues por sí y por mí la misma Madam de Beaumont, supuesto que nada se puede decir más fino, ni más convincente, que el Discurso preliminar que ella pone a su obra. Tradúzcalo literalmente, y detesto una y mil veces aun la sola idea de acometer empresas que exceden sobre manera la debilidad de mis talentos.

María Antonia Río

El mercado editorial para las mujeres, una disciplina sibilina

Como has podido comprobar, los obstáculos que tenían las mujeres las obligaban a adoptar un discurso diferente al actual. Con sus reflexiones quizá escondidas, pero no invisibles para los que saben leer entre líneas. Además, esta disciplina estaba más arraigada a la burguesía que podía costear unos estudios básicos. Así como, practicarlos tiempo suficiente para alcanzar la excelencia.

La lectura estaba presente en las clases bajas a través de concentraciones públicas en voz alta. Al igual que los estudios básicos incluían la escritura. En algunos países más que otros, existían instituciones educativas gratuitas. No obstante, la necesidad de trabajar y el cortejo precoz, pronto alejaban a hombres y mujeres de las aulas.

En mi novela histórica Bajo el mismo sol, Lidia Warbouth desea ser escritora con los retos que ello conlleva. Aunque la novela no se centra en el mundo editorial para las mujeres de la época, sí lo hace en la libertad. En cambio, la vida y obra de Mary Wollstonecraft es más adecuada si quieres meterte en la piel de una escritora del siglo XVIII.

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