El mundo está repleto de mujeres valientes y admirables que sirven a su país con honor, abnegación y disciplina, como es el caso de Ana María de Soto a finales del siglo XVIII. Esta mujer extraordinaria logró destacar en un mundo de hombres, consiguiendo el grado de Sargento Primero.
Los primeros años de Ana María
Ana María nació en Córdoba, en el obispado de Aguilar de Frontera, el 16 de agosto de 1775. Fruto del matrimonio entre Tomás de Soto de Montilla y Gertrudis de Alhama de Aguilar. Se fugó de casa a los 18 años, sedienta de aventuras y deseando ver mundo.
Empujada por ese sueño, se alistó el 26 de junio de 1793 en la 6ª Compañía del 11º Batallón de Marina. Ocultando su condición femenina, se disfrazó de hombre y pasó a llamarse Antonio María de Soto. Decidió alistarse por un servicio de 6 años. Tras un duro periodo de instrucción, comenzó su andanza en la fragata Mercedes el 4 de enero de 1794. Dirigida bajo las órdenes del capitán Juan Varés.
Batallas navales en Bañuls y Rosas
Los enfrentamientos contra la Convención francesa la llevaron a participar en Bañuls, en la escuadra del general Lángara. Después tuvo que enfrentarse al fuego enemigo y los temporales en la defensa de Rosas, en especial el castillo de la Trinidad. A pesar de ser oficiales de marina y la difícil situación que suponía la defensa de aquella ciudad sitiada, los soldados españoles entre los que incluimos a Ana María lucharon con valor para repeler la amenaza francesa.
Si tienes curiosidad por saber las condiciones en las que se viajaba en los barcos del siglo XVIII, no te pierdas TRAVESÍAS DE ULTRAMAR: Un tortuoso viaje.
La sangrienta contienda del Cabo de San Vicente
Entre las batallas en las que participó Ana María, destacan la sangrienta contienda del Cabo de San Vicente. En ella la escuadra española liderada por el teniente general José de Córdova se enfrentó a las fragatas inglesas del vicealmirante John Jervis.
Junto con otros valerosos y reconocidos soldados de la época, el Mercedes completo con éxito las tareas asignadas acompañando hasta Cádiz al averiado y dañado navío Santísima Trinidad.
Una vez posicionados en la ciudad y a pesar de las embestidas de las fragatas inglesas, las lanchas cañoneras españolas los mantuvieron a raya. La más famosa de las contiendas fue la ofensiva del contralmirante Nelson contra la Caleta y el castillo de San Sebastián, pero el general Federico Gravina consiguió repelerlo y echarlo el día 5 de julio de 1797.
La defensa de Cádiz fue organizada por el general de la Real Armada José de Mazarredo que con una colaboración conjunta del ejercito y la marina, consiguieron hostigar a los ingleses hasta obligarlos a retirarse. En esta defensa participó nuestra valerosa compatriota junto con muchos otros compañeros de armas.
Vuelta a la normalidad
Una vez eliminada la presión inglesa, la situación volvió a la normalidad y Ana María se embarco en el Matilde. Sin embargo, no gozó de una trayectoria militar mucho más extensa. Tras sufrir un episodio de fiebre alta y someterse a una revisión médica se descubrió que era una mujer.
Al enterarse, el general Mazarredo ordenó su desembarco inmediato a fecha del 7 de julio de 1798. A pesar de semejante orden, recibió la admiración y el respeto de sus compañeros que la habían acompañado desde sus inicios. Solicitó y se le fue concedida la licencia absoluta en día 1 de agosto de ese mismo año.
Prestaciones por servicios militares
A causa de su valor, de su ejemplar conducta y tras años de servicio militar se le fue concedida por la Real Orden del 24 de julio de 1798, una pensión de dos reales de vellón diarios.
Al conocer la aparición de su amada hija, los padres viajaron pidiendo limosna a San Fernando a recogerla. Esta emotiva reunión y el hecho de haber servido de manera voluntaria en la marina durante más de 5 años, profirió que una ley complementaria a la anterior le proporcionara a Ana María el grado y sueldo de Sargento Primero.
Instaló su residencia en Montilla, donde permaneció soltera. Cuidó de una niña de nombre Antonia Pérez, a la que adoptó y declaro heredera de sus bienes a su muerte el 5 de diciembre de 1833.
Una historia de muchas
A pesar de la presencia de Ana María en la marina española y su apasionante historia, esta no fue la única mujer en embarcarse. Antes y después de ella hubo otras, que rechazando el papel que reservaba la sociedad para las mujeres de la época, se atrevieron a seguir sus propias convicciones.
Un ejemplo de ello es la joven Ignacia Josefa de Ornoas y López que en 1739 fue desterrada por la justicia de su villa natal, Castro Urdiales (Cantabria). Viajó a Bilbao para enrolarse en la Armada española, bajo el nombre de José Carlos de Mendoza. Se instruyó como grumete en el San Carlos, realizando tareas de abastecimiento militar con solo 11 años.
Posteriormente viajo en el Real Felipe con el puesto de grumete mayor al puerto de Tolón en Francia, donde descubre no ser la única mujer haciéndose pasar por hombre. Combatió contra los ingleses, fue capturada por ellos y además herida en la batalla. Cuando fue liberada en un intercambio, volvió a unirse a la Armada. La apasionante historia de esta orgullosa y patriótica aventurera podéis conocerla con más detalle a través de este enlace.
Esta es solo una muestra de la determinación y tenacidad de las mujeres y una prueba más de que el valor, el patriotismo y el honor no tienen nada que ver, ni lo tendrán jamás, con el género o la edad. Apúntate al Newsletter si te gustan estas historias, ¡qué tengas una semana de novela!
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