Los viajes en barco son para muchos una experiencia idílica, sin embargo, las travesías de ultramar del siglo XVIII significaban más bien un tortuoso viaje. La tecnología disponible en la época solo permitía que un numero muy reducido de tripulantes viajaran cómodamente. El privilegio siempre iba reservado para el capitán y otros miembros de alto rango, e incluso en su caso, la palabra comodidad difiere mucho de lo que entendemos en la actualidad. Este artículo te ayudara a entender como era la experiencia de viajar en un barco del siglo XVIII.

Una auténtica ciudad flotante

Debido a larga duración de los viajes, era necesario que el barco se convirtiera en una autentica ciudad flotante. Con el objetivo de mantener a toda la tripulación y el pasaje, se introducían animales durante las travesías. Pocas opciones había para conservar la comida.  Por tanto, llevar los animales con vida era una opción excelente para evitar que la carne se pudriera.

Siguiendo esa misma línea, eran frecuentes las conservas y los alimentos salados o secos. Las frutas, las hortalizas y las verduras no se podían conservar durante mucho tiempo, lo que conllevaba un déficit muy importante de vitaminas y, por consiguiente, una elevada probabilidad de contraer enfermedades como el escorbuto. Los alimentos fríos eran lo más frecuente, dado lo peligroso que podía llegar a ser encender fuego en un barco de madera en constante movimiento.

A bordo había una cantidad enorme de personas con diferentes papeles a desempeñar. No solo estaban presentes aquellos que se encargaban del mantenimiento del barco sino otros profesionales. Médicos, carpinteros y cocineros eran solo un ejemplo de lo que hacía falta en todos aquellos viajes. Por supuesto habían muchos más profesionales a bordo, como los sirvientes de los oficiales o aquellos que se ocupaban de los animales. La cosa se complicaba en los barcos de guerra donde se necesitaban además artilleros entre otros.

Convivencia a bordo

El elevado numero de personas confinadas en un mismo lugar durante periodos largos de tiempo, exigía una estricta disciplina para posibilitar la convivencia a bordo. Las duras condiciones a las que eran sometidos derivaban en una alta irascibilidad. Por lo que las peleas o los enfrentamientos podían llegar a ser frecuentes.

Los oficiales del barco se encargaban de velar el cumplimiento de las normas y eran frecuentes los castigos ante los insurrectos siempre que fuera necesario. El respeto a la autoridad era esencial y la misma palabra de un oficial podía ser suficiente para aplicar la disciplina. El castigo solía llevarse a cabo por los contramaestres, que acudían a los latigazos y otras prácticas similares. Siempre públicas para persuadir al resto de las consecuencias de tales actos. Puestos a elegir, siempre era preferible ser muy severo a demasiado blando.

El alcohol se solía repartir como recompensa o utilizar como elemento de penalización cuando se privaba a los marineros de él. Como es comprensible, su consumo atraía tanta reyertas como evitaba.

Calidad de vida de los pasajeros

Como se puede deducir la calidad de vida de los pasajeros era bastante mala. Las inclemencias del tiempo y la monótona comida eran una razón importante de esa condición. La opción de tener una habitación propia era una total utopía. Solo los altos cargos tenían ese privilegio, todos los demás dormían en salas amplias en hamacas, que después se plegaban para despejar los espacios. También podían hacerlo directamente en el suelo, sin embargo, la presencia de ratas en los barcos no hacía muy recomendable esta práctica.

Los oficiales podían tener el privilegio de baños privados pero el resto de los ocupantes, debían conformarse con una tabla hueca que diera al exterior instalada en la proa. La imagen de un marinero sacando sus posaderas para aliviarse era muy habitual.

En cuanto a la higiene no era mejor. El agua dulce era un bien muy escaso, cuyo consumo se priorizaba para beber y cocinar. Era habitual que los marineros tuvieran un único pañuelo con el que se limpiaban y que reutilizaban en muchas ocasiones. A raíz de esta deficiencia las infecciones y la proliferación de enfermedades altamente contagiosas como el tifus o el cólera, eran muy habituales.

Un documental que muestra fielmente como era un barco de línea y como se vivía en él, podéis encontrarlo en el canal Hispania. También hay innumerables películas que muestran como se vivía en un barco como los primeros minutos de El increíble viaje de Mary Bryant, donde un grupo de deportados parte de Inglaterra hacia la bahía Botany (Australia), como castigo por sus crímenes.

Un viaje no tan idílico

En este punto llegarás a la conclusión de que los barcos de este siglo representaban un viaje no tan idílico como los que nos venden en algunas novelas. Por supuesto puedes tomarte todas las licencias literarias que te apetezcan, pero si quieres ser realista tendrás que hacer sufrir a tus personajes. Aún así podemos concluir sin temor a equivocarnos, que las travesías de ultramar eran un tortuoso viaje.

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