Las mujeres del siglo XVIII han estado aprisionadas por los estereotipos de su tiempo tanto como nosotras con el nuestro. Vinculadas a las labores domésticas y a la crianza de los hijos, arrastramos un perfil prediseñado adaptado a cada civilización y época. Descubriremos como era el papel de la mujer no solo en el ámbito laboral sino en el más íntimo durante el siglo XVIII.

La mujer en el seno familiar

El concepto de mujer del siglo XVIII incluía una serie de responsabilidades que a los ojos de los coetáneos solo ellas podían ejercer. Al ser las labores domésticas aprendidas y transmitidas de madres a hijas y siendo estás necesarias para construir una firme estabilidad familiar, se confinaba a las más jóvenes a invertir tiempo y esfuerzo en adquirir una serie de habilidades que difícilmente podían proporcionarles una mejora de su situación. De ahí que las que daban el salto al mundo laboral vieran como gran parte de la oferta disponible consistiera en puestos con factores comunes a dichas habilidades, como la costura o la servidumbre.

Por otra parte, las características biológicas de las mujeres, totalmente indelegables para los varones las vinculaban al cuidado de los niños en los periodos de lactancia, que se extendían hasta que los niños podían aportar a la unidad familiar con su propio trabajo. Por tanto, el tiempo invertido en labores domésticas y de crianza hacía difícil que cualquier mujer trabajara fuera del hogar después del matrimonio.

La sensibilidad considerada femenina

Bien extendido en la época era considerar a las mujeres poseedoras de una sensibilidad más acusada que los varones. Mientras que el estereotipo masculino consistía en no dejar entrever los sentimentalismos, las mujeres del siglo XVIII eran las encargadas de proyectar en sus retoños el candor necesario para hacer de ellos adultos respetables que trataran con respeto a sus futuras cónyuges e inculcarles la importancia de la responsabilidad familiar.

La literatura recopilaba obras que hablaban sobre cómo debían ser las féminas, que eran divulgadas en todos los ámbitos sociales, incluidas las instituciones educativas para mujeres. Las escasas oportunidades de escalar socialmente hacían necesario un conocimiento práctico versado en aquellas cualidades encorsetadas del concepto de mujer del siglo XVIII. Siempre y cuando se quisiera gozar de cierta estabilidad. La alternativa era arriesgarse en un mundo laboral implacable.

Las oportunidades laborales para las mujeres del siglo XVIII

Al considerar a la mujer un complemento masculino, sus ingresos eran complementarios. Los sueldos podían llegar a ser la mitad de un varón incluso con los mismos resultados y existía una rígida oferta laboral. Los trabajos que exigían una especialización no estaban a su alcance a causa de las deficiencias en la oferta educativa y estos se centraban en trabajos estacionarios en el campo, la selección de mineral en las minas o en las fábricas industriales como mano de obra no cualificada.

Los oficios vinculados a la aguja y el hilo demandaban mujeres, pero los sueldos ridículamente bajos, las obligaban a buscar trabajos complementarios. Aunque las ciudades fabriles daban en proporción mayores oportunidades laborales, muchas mujeres elegían voluntariamente la prostitución como complemento al trabajo. La prostituta típica era una muchacha pobre y joven que entraba en la prostitución de manera voluntaria y gradual. Esta elección se debía en parte a las prácticas de noviazgo de la época, que ya proporcionaban una amplia experiencia sexual a las jóvenes.

Las propias asociaciones de trabajadores eran de la opinión prejuiciosa de que los empresarios contrataban mujeres para forzar los salarios a la baja. Por ello era habitual, que pidieran la restricción del trabajo femenino al grito de: “Que se queden en casa a cuidar a la familia”.

La dominación en la vida laboral y privada

Como era esperable algunos hombres se valían de su poder para sacar partido a costa de las mujeres que trabajaban bajo su mando. El autor de la obra My Secret Life nos da una visión de una práctica que no era anormal en ámbitos como el campo o el servicio doméstico.

«¿Por qué no las tomas? – dijo Fred -. Siempre se puede poseer a una muchacha campesina; nadie se preocupa por ello: yo he forzado a una docena o dos.»

Sin embargo, estas prácticas no eran tan habituales como pudiera parecer, dado que las relaciones intimas entre los sexos se solían dar al margen del trabajo y entre personas de la misma clase. En cuanto a las relaciones sentimentales entre hombres y mujeres del siglo XVIII, era habitual esa doble moral en que, para mantener un hogar en orden y asegurar la fidelidad femenina, había que levantar la mano a la esposa de vez en cuando.

«Si veía a mi chica hablando con otro tipo le soltaba… un puñetazo en la nariz – explicaban uno detrás del otro-. Las chicas … ahora que lo pienso, eran una cosa rara; realmente les gustaba un leñero que las zurrase. Mientras les dolían las magulladuras, siempre pensaban en el tío que se las había hecho.»

Estás prácticas no solo eran aceptadas en los círculos más pobres, sino que se consideraba una práctica tolerable incluso en los círculos más selectos. Una conversación entre las actrices Keira Knightley y Hayley Atwell en la película La Duquesa deja una idea clara de como encajaba la sociedad estas prácticas incluso en miembros de la clase alta.

Las oportunidades matrimoniales

Aunque pueda parecer inverosímil en una sociedad tan injusta si eras mujer, no había razón alguna para suponer que esta no podía casarse incluso renunciando a su castidad. El concepto de prostitución era muy amplio y tenía una repercusión muy diferente en una ciudad como Londres que en un pequeño pueblo.

Los hijos bastardos eran habituales y no era extraño ver a una mujer casada con varios hijos de otras relaciones anteriores que simplemente habían adoptado el apellido del marido. Cuando estas estaban solteras, los niños exhibían apellidos diferentes señalando la paternidad de sus progenitores. Lo que era habitual en la clase obrera podía llegar a ser muy censurable en las clases más altas o en las ciudades con una rígida autoridad moral. De cualquier modo, la vida de las mujeres del siglo XVIII no era para nada un lecho de rosas.

 

Estos estereotipos se muestran en la novela histórica Bajo el mismo sol, me congratulo en incluir personajes femeninos que, a pesar de las dificultades, consiguen abrirse paso en un mundo de hombres. Apúntate al Newsletter para no perderte nada, ya nos veremos en el próximo artículo. Se que este lo he colgado tarde, pero esta semana he estado enferma, aún así te pido disculpas. ¡Qué tengas una semana de novela!