Pensamos en las prisiones en lugares de suplicio y escarmiento, pero la redención de los presos fue motivo de preocupación y debate en el siglo XVIII. Las reformas penitenciarias del siglo XVIII marcaron un antes y un después en la política de prisiones. Hasta ese momento las cárceles se entendían como un infierno donde la tortura y el sometimiento eran constantes en todas partes del mundo. Hombres como John Howard perpetraron investigaciones que marcarían un punto de inflexión en las costumbres penales de la época.
El nacimiento de un nuevo concepto
Hasta finales del siglo XVIII se tenía un concepto generalizado y claro de los delincuentes. Independientemente del delito que cometieran, se consideraban seres inmorales y carentes de cualquier resquicio de bondad. Por tanto, las cárceles no proyectaban su política con el objetivo de reinsertar. John Howard resume este concepto:
«Hasta finales del siglo XVIII se consideraba a los delincuentes como malvados o degenerados, indignos de compasión y ayuda, y cuya eliminación, reclusión o muerte, era lo único que podía hacer la sociedad para evitar los grandes daños que cometían.»
Este filósofo y filántropo inglés habla con conocimiento de causa, al contar con la experiencia de haber sido prisionero de unos piratas franceses en el año 1756. Junto con Howard, otros filósofos como Cesare Beccaria o Jeremy Bentham proponen un nuevo concepto. Coinciden en la necesidad de reinsertar a los delincuentes a través de mejoras en su calidad de vida y en las características edilicias de las prisiones. Surge un nuevo sistema que introduce el concepto de Penitenciaría. Asemejando la regeneración moral y la reflexión de los presos a la reclusión y penitencia religiosa.
Prácticas en materia carcelaria
En la actualidad, el estado carga con la manutención de los presos, cosa poco común en la época. La manutención de los encarcelados iba vinculada a su propio bolsillo, lo que daba una diferencia acusada en el trato que recibían. La adquisición de deudas por impago mantenía preso al acusado incluso después de haber cumplido su pena.
En general, no existía ningún tipo de división en las celdas, por lo que hombres y mujeres de diversas edades eran encerrados juntos. Relacionándose con una vigilancia y salubridad muy deficiente. El autor nos habla que era frecuente encontrar niños o familias enteras compartiendo espacio con delincuentes de distinto nivel. Incluso cuando se trataba de un inocente, este se veía obligado a permanecer encerrado a la espera de su juicio.
A esto debe añadírsele las torturas a las que eran sometidos no solo para su reeducación sino para su confesión. Las maquinas de tortura que imaginamos en una época medieval seguían usándose en muchos casos. Arrancarle el pelo del cuerpo, descoyuntar brazos y piernas, laceraciones, cortes, punciones frotadas con pólvora, latigazos, etc… Todas ellas prácticas comunes en la Europa del siglo XVIII, con preferencias según el país.
Trabajos forzados, alimentación y salubridad
Siguiendo con el concepto de la época, se consideraba necesario dar una ocupación durante el encierro. Los trabajos monótonos y prolongados en largas jornadas intercaladas con cortos descansos eran comunes. Esto no debe extrañarnos si escuchamos lo que nos dice John Howard a este respecto.
«Es una opinión consensuada de la época que la falta de ocupación, el ocio, trae consigo falta de disciplina, constancia y, por lo tanto, propensión a lo fácil, a la vagancia y al delito.»
En Holanda, los hombres eran enviados a las Raps-Houses para escofiar madera. Las mujeres en cambio, se las enviaba a las Spin-Houses donde hilaban lino o similares. Ocupar su tiempo era una prioridad para las autoridades carcelarias que esperaban cierta utilidad de los reclusos. Estos no solo debían pagar su deuda con la sociedad con la privación de su libertad sino con el trabajo de su cuerpo. Se esperaba que el trabajo fuera la “cura” para que una vez libres se mantuvieran alejados de la delincuencia.
Por su esfuerzo solían recibir una retribución económica. Sin embargo, esta apenas era suficiente para granjearse una buena alimentación. De modo que acabo haciéndose popular el dicho que los presos pagaban a sus carceleros para que los mataran de hambre. Como puede entenderse la aglomeración de personas, la ausencia de limpieza y medidas sanitarias hacían de las celdas focos de infección.
Las reformas propuestas por John Howard
Durante sus viajes por toda Europa para observar el trato de los presos, Howard dio un paso más con respecto a otros filósofos. Propuso una serie de reformas concretas en la disposición edilicia de las prisiones y en el trato a los recluidos.
Entre sus propuestas destacan, en primer lugar, la separación de todos los presos por género y edad. A continuación, una segunda separación para aislar a los delincuentes novatos de los más experimentados. Propone un régimen celular para que el recluso duerma solo a salvo de la influencia de otros. La adjudicación de un sueldo propio al carcelero para evitar la codicia de cobrar a los presos a cambio de privilegios. Reconstruir la cárcel de manera que el puesto de vigilancia radique en el centro para detectar y evitar reyertas entre los presos. Introducción de mejoras en la alimentación y la atención médica mediante la recogida de donativos.
Además de esto, defiende que el reglamento de prisiones debe ser unánime para todo el país y la necesidad de realizar controles. Inspectores que visiten la cárcel en días distintos y sin previo aviso. Los cuales deben asegurarse de que las medidas adoptadas se cumplen, que anote las irregularidades a fin de corregirlas y que hable con los presos para transmitir sus demandas.
El impacto de la nueva política penitenciaria
Las reflexiones de Howard estimularon el estudio de las prisiones desde un punto de vista científico. Lo que derivo en una serie de reformas en toda Europa y posteriormente en el resto del mundo. La cárcel empezó a abarcarse como un lugar de redención y regeneración moral. Pensadores del siglo XX como Israel Drapkin dejan claro que la influencia de John Howard es una constante:
«La prisión del porvenir deberá ser, a la vez, una escuela disciplinaria para los que pueden ser regenerados, un lugar donde no podrán salir los incorregibles y un laboratorio en el que puedan estudiarse las causas del crimen»
Ya en el siglo XXI este pensamiento sigue vigente, mostrando una vez mas que nuestro presente es un producto de nuestra historia. Si te interesa el tema de las prisiones te recomiendo El agujero Negro de Calcuta. Da tu opinión sobre las cárceles y ayúdanos a crear debate. Si no te quieres perder nada apúntate al Newsletter. Te espero en el siguiente artículo del blog, ¡Qué tengas una semana de novela!
Me ha encantado esta frase: «La prisión del porvenir deberá ser, a la vez, una escuela disciplinaria para los que pueden ser regenerados, un lugar donde no podrán salir los incorregibles y un laboratorio en el que puedan estudiarse las causas del crimen»
Opino que tiene toda la razón.
Ya somos dos, hay personas que no deberían salir de prisión dadas sus acciones y su escasa predisposición al arrepentimiento y la compensación. Al mismo tiempo se vuelve un lugar idóneo para el estudio del mundo criminal y sus causas.