Aunque la Revolución Francesa se considere un punto de inflexión y una ruptura definitiva con el sistema feudal, las acciones que se llevaron a cabo no dejan de ser reprobables. Los valores de libertad, igualdad y fraternidad enorgullecían el espíritu republicano, pero toda revolución tiende al fanatismo. Como consecuencia, el mensaje que tanto se defiende, se desvirtúa. Daremos una vuelta por la otra cara de la Revolución Francesa.
Las Carmelitas de Compiégne
Una vez instaurada la república, todos aquellos que se dedicaban a la vida monástica fueron obligados a exclaustrarse. Según las nuevas ideas revolucionarias, el sacrificio de la libertad en favor de un ser superior iba en contra de la libertad filosófica que tanto defendían. Aunque la privación de libertad fuera voluntaria, las carmelitas del monasterio de Compiégne tuvieron que trasladarse a otro lugar. A pesar de ello, no abandonarían las costumbres de la vida eclesiástica.
Por ello, fueron detenidas acusadas de mantener correspondencias fanáticas y conservar escritos liberticidas. Unas prácticas consideradas completamente contrarrevolucionarias. El Comité de Salvación Pública las condenó y el 17 de julio de 1794 fueron guillotinadas por su negativa a renunciar a sus votos. Solo la joven Sor Marie sobrevivió al encontrarse fuera de la ciudad de Oise durante la detención. Por desgracia, estas no serían las únicas víctimas de la república.
El Terror, el periodo más macabro de la Revolución Francesa
Los ajusticiamientos que se produjeron durante los años 1793-1794 recibieron el nombre de “El Terror”. Un término muy apropiado para un periodo de la historia donde se produjeron mas de 40 000 muertes.
Una vez derrocado el poder monárquico, el poder judicial y los grupos de gendarmes del Comité de Seguridad General, quedo dirigido y reforzado por el Comité de Salvación Pública creado en 1793. Las primeras medidas del comité fue la persecución inflexible de cualquier medida considerada contrarrevolucionaria. Al final, tenemos un escenario donde los juicios no tenían cabida, y la presunción de inocencia y la libertad de expresión no existían. Una simple acusación o discrepancia hacía que cualquier persona sospechosa terminara en la guillotina.
Aunque en un principio fueron los jacobitas los principales hostigadores, las represalias que ocurrieron en 1795 y después de la caída de Napoleón en el 1815, es probable que estuvieran estimuladas por el resentimiento de los años de la Revolución Francesa.
Enfrentamientos entre los propios intereses revolucionarios
Incluso dentro del Comité de Salvación Pública, el fanatismo de sus miembros empezó a agravar las diferencias entre ellos. Pronto aquellos que iniciaron la persecución de las ideas contrarias a su política, terminarían sepultados por ellas. Las intrigas políticas y los intereses personales terminaron enfrentando a unos con otros. Un ejemplo de estas políticas, fue la iniciativa de personajes como Robespierre. Entre las que se puede mencionar, la celebración de fiestas deístas dando fin al proceso de descristianización que tanto preocupaba a los extremistas jacobinos.
Por otro lado, la implantación de políticas como la Ley de 22 de pradial que limitaba el poder del Comité de Seguridad General. Todo debido a la negación de la defensa y el recurso a los acusados, que contribuyo a crear más divisiones. A falta de una reconciliación, se produjeron conspiraciones políticas que acarrearían la caída de políticos como el propio Robespierre, ejecutado el 28 de julio de 1794.
Las mentiras de la Revolución Francesa
A pesar de la supresión del sistema feudal, los miembros de los comités seguían siendo hombres ilustrados pertenecientes a familias burguesas y acomodadas. Por tanto, la nacionalización de los bienes de la Iglesia y la nobleza quedaron bajo el control de estos. El campesinado había cambiado el señorío por la propiedad, pero sus vidas estaban tan sometidas como antes.
Al final, las ideas más altruistas de la revolución se estancaron en un compendio de palabras hermosas, pero de una aplicación lacerante y opresiva. A de sumarse la dirección de un régimen autoritario y dictatorial donde la discrepancia era motivo de sospecha y en muchas ocasiones suficiente para ajusticiar. Se produjo una enorme migración fuera del país de todo tipo de personas que veían sus vidas y libertades amenazadas. La necesidad de cumplir las promesas revolucionarias se convirtió en acicate para las campañas militares que acontecerían durante las guerras napoleónicas.
Como ocurre con frecuencia, las intenciones más magnánimas terminan transformándose en realidades opresivos y extremistas. Apúntate al Newsletter para no perderte el próximo artículo y conoce la novela histórica Bajo el mismo sol, ambientada también a finales del siglo XVIII. ¡Qué tengas una semana de novela!
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