Muy encumbrada ha sido la figura de Juana I de Castilla la reina loca que perdió la cordura por el amor obsesivo que tenía hacía su marido. Sin embargo, esta visión romántica dista mucho de la realidad y hoy me dispongo a desvelar la historia de una mujer impresionante. Una muchacha que sin proponérselo llegaría a ser reina de Castilla durante 51 años.

Una joven princesa prendada de su marido

Como tercera hija de los Reyes Católicos, Juana fue criada y educada para ser una amante esposa y procurar herederos al que fuera su marido. Alejada de la expectativa de gobernar, pues el título real lo ostentaba su hermano mayor, fue enviada a Flandes a los 16 años para casarse. Siguiendo los matrimonios estratégicos que proyectaron sus padres, se casó con el archiduque Felipe al que apodaban “El hermoso” en 1496.

Como es esperable Juana se enamoró de su apuesto marido, una devoción que duraría años. A partir del nacimiento de su heredero Carlos I, son conocidos los devaneos de su marido con otras mujeres y la poca atención que prodigaba a su esposa. En la pomposa corte de Borgoña, las diversiones eran frecuentes y Juana ya había cumplido con su cometido al engendrar a un heredero varón que asegurase el linaje de su marido. Los reveses de la historia colocarían a la duquesa Juana en un papel más transcendental.

La repentina muerte de los herederos de Castilla

Tras la repentina muerte de sus hermanos, Juan e Isabel, la herencia paso a su sobrino Miguel I de Portugal, que murió repentinamente. Juana se convirtió de la noche a la mañana en la heredera al menos de la corona de Castilla y probablemente de Aragón. Cuando la noticia llega a oídos de Felipe, Juana se convierte en un manjar preciado para satisfacer sus ambiciones. Es curioso ver que las fechas en las que nacieron sus hijos posteriores coinciden con los eventos políticos que aumentan el poder de Juana.

Tras recibir la noticia, ambos partieron de Flandes hacía la corte de Castilla en 1502 a fin de prestar juramento. Es a partir de ese momento que Felipe empieza a escudarse en la devoción de Juana hacia su persona para sugerir que está loca. A fin de que una vez muerta Isabel I, madre de Juana, él ejerza como rey regente apoyando a su desequilibrada esposa. Esto explicaría la maniobra que la madre de Juana hizo antes de morir, para evitar que su yerno se aprovechara de su hija.

La cláusula que encendió la ira de Felipe

Antes de su muerte el 26 de noviembre de 1504, Isabel I dejo en su testamento que en caso de que su hija no quisiera o no pudiera gobernar, el deber de soberanía recaería en su padre, no en un extranjero como Felipe. Ante esa cláusula, Felipe volvió hecho una furia a Flandes en solitario y las peleas entre madre e hija eran frecuentes a causa de la devoción de la segunda a su marido.

Una vez que Juana dio a luz a su hijo Fernando solicitó el poder regresar a Flandes junto a Felipe, pero la reina ya enferma queriendo retener a su hija, la confinó en el castillo de la Mota. Como una mujer vehemente con una actitud radical, pasa una noche al raso con el objetivo de autolesionarse y obligar a ceder a su madre. Al final, le permitieron volver a Flandes, donde descubrió que su marido no era tan noble como había defendido ante su madre.

Los juegos del poder entre Felipe y Fernando

Aunque Juana I de Castilla fuera reina titular tras la muerte de su madre, en la práctica, la política seguía ejerciéndola sus familiares varones. Felipe intenta negociar con Francia, pero su suegro se le adelanta proyectando un compromiso con la sobrina del rey francés. Al final, Felipe negocia con su suegro para quedarse con Castilla con el apoyo de nobles castellanos. Fernando el Católico evita entrar en una guerra civil y cede ante su yerno. El resultado es que reinarán Castilla entre los tres después del acuerdo de concordia de Salamanca, con sus consecuentes conflictos. Finalmente, Fernando dejo a los otros dos a cargo de Castilla tras la concordia de Villafáfila.

Este acuerdo fue muy corto cuando aconteció la muerte del marido de Juana I de Castilla en 1506. En defensa de la política que siguió su madre en vida de anexionar los reinos de Castilla y Aragón, y posteriormente Portugal, Juana siguió una política centrada en evitar la disgregación de su herencia. Para ello, llevaría a cabo una serie de maniobras que le harían ganarse el título de Juana, la loca.

La política radical y macabra de Juana I de Castilla

Después de la muerte de su marido la obsesión de Juana era garantizar que su hijo Carlos heredera todos los reinos que ella ostentaba. Saco lo más rápido que pudo a su difunto esposo y lo llevo de procesión por toda Castilla. Pasaba por pequeños pueblos del territorio para evitar la influencia de los nobles poderosos que intentaran controlarla y con la excusa de velar a su marido, impedía que su padre la casara con Enrique VII de Inglaterra.

Necrofílica, loca o radical, eran maniobras brillantes propias de una mente cuerda. Como reina titular, su primera medida política fue suprimir el poder de los nobles flamencos que abusaban del poder que su difunto marido les había otorgado. La imagen que nos muestra la pintura romántica de Pradilla y otros autores del siglo XIX dista de la realidad de esta reina. Era una mujer con una política peculiar enfrentada a la del cardenal Cisneros. No confiaba nada en él debido al doble juego que mantuvo con Felipe el Hermoso y este a su vez, pidió la vuelta de Fernando el Católico que se había trasladado a Nápoles. Este era el único punto en común que tendría con el cardenal Cisneros.

El retiro de Juana I de Castilla a Tordesillas

Cansado de ver a su hija recorrer los reinos de Castilla, eligió la noble localidad de Tordesillas para su retiro en 1509. Más allá de la creencia general, la corte de esta ciudad estaba en un paraje hermoso situado en las riberas del rio Duero, muy diferente a una prisión oscura como cabía esperar.

Juana no fue educada para ser reina y en base a ello, siguió siempre las pautas que defendió su madre. Tras heredar Aragón a la muerte de su padre, le dio su consentimiento a su hijo Carlos para ser monarca en la práctica. A pesar de ello, la reina titular siempre fue Juana que tenía la última palabra en las decisiones. Aquello acarreaba temores ante su voluble carácter.

Fue vigilada por figuras como Luis Ferrer, un hombre de carácter fuerte que no toleraba los radicalismos que usaba la reina y los reprimía con contundencia. Lo sustituyeron por Hernán Duque que era más amable que el anterior. Sin embargo, ocurrió algo inesperado que la hacen volver a la política.

La sublevación de las ciudades castellanas

A excepción de Burgos, todas las ciudades castellanas se sublevaban contra su hijo eligiéndola a ella como alternativa. Se presentan en Tordesillas pidiendo su intervención para echar del poder a los nobles flamencos. Suprimió sus privilegios como lo había hecho años antes, impidiendo que Castilla la administraran extranjeros. Algunos nobles elegidos por su hijo eran los que habían acompañado a su marido en sus andanzas extramaritales, empujándola a ser más radical.

A pesar de ello, Juana no se opuso a su hijo. Siguiendo la política heredara de su madre de aumentar sus reinos y dárselos a su hijo mayor, defendió la permanencia de Carlos en el trono. Lo que no le gustó a Juana fue que su siguiente vigilante fuera el Marqués de Denia y su hijo, con los que discutía con frecuencia.

Sus últimos días en la corte de Tordesillas

La corte de Tordesillas era austera a petición de la propia Juana I de Castilla. Como una reina viuda llevó una vida de retiro bastante común entre las mujeres de la época que compartían su misma condición. A pesar de que eran reacios a dejarla salir del palacio, las maravillosas vistas al Duero, las diversiones de la corte y la compañía de su hija Catalina, endulzaban su cautiverio.

Siguió recibiendo las visitas continuas de sus hijos y nietos, lo que sugiere que era al menos una mujer agradable de visitar y que siguió aconsejando a sus descendientes. Al final nos encontramos ante una mujer cuyos trastornos fueron probablemente exagerados y que, a su peculiar manera, hizo política.

 

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