Aunque en inicios fuera una práctica de supervivencia, la caza era una distinción de clase durante el siglo XVIII. Las leyes promulgadas en el periodo de la Ilustración solo contribuyeron a limitar esta práctica. No es casualidad que la trama de Bajo el mismo sol comience a girar en torno a semejante pasatiempo. Como verás en las siguientes líneas, la caza era mucho más que un deporte.

Una barrera entre clases sociales

A pesar de la naturaleza autónoma que otorgaba la caza, esta actividad siempre fue vista como un deporte noble. Como uno de los pasatiempos favoritos de la nobleza, su práctica fue tradicionalmente orientada hacia las clases más altas. Su sofisticación vino acompañada del uso de jaurías o el desarrollo de la cetrería. Una serie de prácticas, en la mayoría de los casos, inalcanzables para la plebe.

Con el surgimiento de este pensamiento, era frecuente encontrar leyes que aumentaran esta distinción de clase. Excluyendo a nobles, clérigos o ricos de las sanciones impuestas por las instituciones competentes a lo conocido como caza furtiva. O lo que es lo mismo, caza no autorizada.

La distinción de clase para controlar a la población

La típica frase “todo para el pueblo, pero sin el pueblo” toma un significado inequívoco desde el prisma de la caza. La necesidad de controlar a la población se muestra una vez más con movimientos como el despotismo ilustrado.

Este movimiento, pretendía fomentar algunas innovaciones con una estructura algo menos rígida que el absolutismo. Esta déspota forma de gobierno, contribuyó a desarrollar el papel paternalista de los gobernantes. Llegando a la conclusión de que debía protegerse a la plebe de sí mismos. Por ende, y para evitar la destrucción de montes y ríos, la caza fue vetada a las clases bajas.

Las consecuencias de la ociosidad de la caza

Entre las reformas nacidas de la Ilustración, la competencia económica ocupaba un lugar importante. La producción industrial y el trabajo manual cobraron especial interés para cubrir la creciente demanda de manufacturas a territorios de ultramar.

Por consiguiente, la caza se consideraba como una práctica inadecuada para la clase obrera. Concebida como un deporte, distraía de las labores propias de su clase y llamaba a la ociosidad. Mientras, la autosuficiencia que daba la caza podía disuadir a cualquiera de completar sus tareas productivas. En estos casos, se alegaba que la ociosidad derivaba ineludiblemente en vicio.

A tales efectos, era común que los gobiernos limitaran la caza a los días festivos y en casos muy concretos. Tal como establecía España en la normativa de caza y pesca de 1772.

La locura de armar a la plebe

Que la Ilustración trajera reformas innovadoras en cultura y economía no significa que hubiera una mejora social. El descontento de las capas subalternas de la sociedad era frecuente y contribuía a la aparición de posiciones políticas radicales.

Como era esperable, la caza se volvía una práctica poco recomendable. Armar a gente descontenta con armas de fuego podía contribuir al desorden social. A priori, las herramientas usadas para la práctica del distinguido deporte de la caza, podían convertirse en cauce para rebeliones y delitos.

Practicar la caza como remedio medicinal

Con frecuencia se consideraba que las actividades al aire libre eran un remedio natural infalible para determinadas dolencias. No es extraño encontrar registros médicos que aluden a los beneficios de la caza en el cuidado de la salud. Todos ellos, destinados a persuadir a los legisladores para la concesión de licencias de caza.

Boticarios y médicos redactaban informes apelando a las virtudes terapéuticas de la caza. Aunque en muchos casos conseguían su concesión, es curioso ver como rechazaban a estos profesionales. Tal como estipulaban las leyes, la obligación del médico era prestar servicio a la comunidad, no practicar la caza.

Distinción a golpe de talonario

Como con frecuencia ocurre con las leyes existe cierta permisividad cuando se cuenta con medios económicos. Por ende, y a pesar de las prohibiciones, era común comprar licencias de caza. Aún siendo a priori una práctica en la mayoría de los casos ilegal y vista desde cualquier punto, clasista.

En la España del siglo XVIII eran precisos 300 reales para conseguir esta concesión. Aunque no existía una información detallada e inequívoca del precio de esta, pagar por ella era común. Sin embargo, la aristocratización de la caza impedía alcanzar una verdadera distinción de clase por estos medios.

Esto se hizo palpable a partir del año 1770 cuando empezaron a aparecer casos claros de estas barreras sociales. Los recursos económicos no eran suficientes para granjearse una licencia de caza. El caso de un propietario con una parcela por valor de 10000 ducados ilustra esta situación. Su licencia fue denegada por la sospecha de que había obtenido sus recursos a través del trabajo manual.

El honor dentro de la distinción de clase

Todas estas razones parecían suficientes para justificar el carácter discriminatorio de las leyes de caza. Las prohibiciones reivindicaban que la caza debía ser un pasatiempo reservado a las clases superiores de la sociedad. Incluso al punto de otorgar un perfil aristocrático a las propias armas. Derivando esta distinción de clase a prohibir las escopetas a los menestrales, aunque se usaran para la propia defensa.

La escena de caza de Bajo el mismo sol

La escena de caza de Bajo el mismo sol fue intencionadamente escogida por su significado. Su aparición en el primer capítulo contribuye a que la trama fluya con dinamismo y emoción. Al mismo tiempo, es un modo de ilustrar la contraposición de los que participan en ella. Por un lado, la caza como práctica de supervivencia y por otro, la acción del opresor. Lo que culmina con la privación de la libertad del protagonista.

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