La documentación sobre las prisiones puede ser escasa mientras más retrocedemos en el tiempo, hasta el punto de ser difícil saber como era vivir en una cárcel del siglo XVIII. Por ello me centraré en las prisiones de las colonias españolas, concretamente en las cárceles capitulares de Buenos Aires. Si tienes una mente inquieta que te empuja a descubrir como era vivir en una cárcel colonial no te pierdas las siguientes líneas.
El verdadero objetivo de las cárceles coloniales
Aunque actualmente las cárceles se utilicen como una medida de castigo basada en el aislamiento y la privación de libertad, en la época colonial estaba enfocado de manera distinta. Las cárceles no se usaban como método de castigo en la mayoría de los casos, sino una medida de retención temporal. Los presos que permanecían mayor tiempo en la cárcel estaban acusados de delitos menores o simplemente se trataba de un breve escarmiento.
Los delitos más graves tenían un carácter de resolución más urgente y, en presencia de medidas punitivas como la deportación y la pena de muerte, no hacía falta tenerlos encerrados. En muchos casos, estás cárceles tenían un objetivo similar al de un padre con deseos de castigar a un hijo rebelde. Sin embargo, las condiciones de vivir en una cárcel del siglo XVIII, eran lo suficientemente duras para convertir una breve estancia en un martirio.
Estructuras de las cárceles cuartelares
Debido al objetivo real de su existencia no estaban preparadas para admitir a una cantidad alta de presos. Estas se asemejaban a pequeñas celdas semejantes a las de los cuarteles policiales actuales, que solo cuentan con un puñado de celdas y que se usan para otras actividades. De esta manera, era habitual desempeñar actividades diferentes a las tareas de albergar presos. Están solían estar ubicadas en fuertes donde se alojaban soldados o edificios donde se realizaban labores administrativas. En el caso de las prisiones cuartelares de Buenos Aires, los presos no se afinaban indistintamente.
Las mujeres estaban apartadas de los hombres e incluso aquellos que podían permitírselo podían acceder a una celda privada. En el resto de los casos se afinaban en pequeños habitáculos dando deficiencias claras de higiene entre otros.
Condiciones de vida dentro de las cárceles
La evidente falta de espacio acarreaba problemas como una deficiente ventilación y limpieza. La problemática de la segunda daba lugar a plagas como las ratas, portadoras de enfermedades en ocasiones mortales. Las cárceles de la época no brillaban por su buen mantenimiento por lo que era frecuente los problemas de humedad entre otros. Para evitar revueltas nocturnas se encadenaba a los presos con grilletes de hierro. Estaba prohibido que ningún carcelero aceptara sobornos o diera beneficios al preso mediante cualquier transacción de favores, aunque esta restricción puede que solo se reflejara en el papel.
Además, el abastecimiento de alimento y de ropa de abrigo era una problemática más que solo podía solucionarse con la inyección de capital. En el caso de los esclavos introducidos en la cárcel como escarmiento, su amo era el responsable de su manutención mientras estuvieran recluidos. Habitualmente los presidios se financiaban a base de unos determinados impuestos o donaciones de particulares. Sin embargo, aquella misión, habitualmente en manos de los Regidores y Defensores de Pobres, no siempre conseguía el dinero suficiente para cubrir esas demandas. Como puede esperarse, la atención médica no estaba garantizada. Por corta que fuera la estancia del preso, vivir en una cárcel como esta siempre acarreaba el riesgo de morir.
Medios de comunicación con el exterior
Más allá de lo que podemos ver en las novelas y dando por hecho el respeto de los funcionarios al cumplimiento de la ley, los derechos de los presos de Buenos Aires, estaban redactados en la legislación jurídica de la época. Derechos como un defensor que llevara en el caso, visitas programadas o la posibilidad de poner reclamaciones estaban incluidos en la política de prisiones. En el caso de las visitas podían darse varias veces al año, 1 cada dos meses y medio.
Se realizaban visitas constantes de regidores que, entre sus quehaceres, contemplaban la observación de las condiciones en las que se encontraban los presos y la comunicación de sus demandas a las instituciones competentes. Si la solución a esas demandas, por una razón u otra, no llegaba, los presos podían escribir una petición directamente al Virrey, máxima autoridad de la época. Algunas de esas peticiones podrían acarrear la liberación del preso, aunque esto no era nunca una apuesta segura. Como en la actualidad a los presos se les permitía salir de sus celdas por el día a un patio común para charlar con otros si así lo deseaban.
Las peticiones comunes de los presos
Entre las peticiones más demandadas la libertad solía ser la primordial. Los presos escribían sus propias cartas o en su defecto, le pedían a una tercera persona que las escribiera, debido al elevado nivel de analfabetismo. Las familias de estos también se encargaban de estas iniciativas con bastante frecuencia.
En los registros que se han conseguido preservar llama la atención el lenguaje que los presos utilizan sobre su propia persona. Tildándose de pobres miserables y exagerando, con gran probabilidad, los hechos que les habían conducido a ese destino esperaban ablandar al Virrey. Sin embargo, este siempre corroboraba las versiones del preso, por lo que la inventiva podía ser un juego peligroso que lejos de acortar la condena podía alargarla.
Otras peticiones simplemente se centraban en la demanda de frazadas o el afloje de los grilletes. Otros presos optaban por la posibilidad de trabajar para que los ingresos producto de su trabajo fueran entregados a sus familias, dado que desde la cárcel no podían mantenerlas. Al final, aunque vivir en una cárcel semejante estuviera lejos de ser un retiro idílico, la justicia de la época lo usaba como una herramienta de redención más que de castigo.
Faltas curiosas de algunos presos
Algunas prácticas actuales totalmente inofensivas y que no repercuten en delito, en la época colonial podían ser motivo suficiente para encarcelar a alguien. Juan Manuel Robledo, se negó a acatar las opciones que le daba su padre y este en escarmiento lo encarcelo acusándolo de libertino y de andar con compañías sospechosas. Escribió al Virrey dos memoriales y consiguió no solo su liberación sino su inclusión en el regimiento de infantería.
Otros incidentes poseen descripciones en las que ni siquiera los expertos se ponen de acuerdo sobre su significado real. Textualmente en las fichas de algunos presos pone como motivo de detención, el ser un inquieto o no ir arreglado. Otros accidentes más insólitos como Alfonso Aguilar, que fue acusado del “pecado de bestialidad” y encarcelado cinco meses porque un testigo le pilló con una yegua.
El caso de los pecados nefandos ocupa el lugar de los más desproporcionados y tenemos constancia de una historia que no termino con un final feliz. Mariano Santos Toledo fue acusado de uno de estos delitos con solo 13 años y tras soportar un aislamiento de siete años y 200 azotes fue desterrado a las Malvinas. Todo a pesar de las súplicas de su padre que pidió al Virrey una estancia corta en el presidio de Montevideo y trabajo forzado en el real servicio de su majestad. Esta es una muestra de lo desproporcionados que podían ser los castigos en la época.
También tienes a tu disposición un episodio carcelario de la saga de novela histórica Bajo el mismo sol, esta vez en la prisión de Calcuta. Si quieres seguir los artículos del Blog apúntate al Newsletter y no dudes en comentar. ¡Qué tengas una semana de novela!
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